La Batalla de Getaria.

En el número anterior de esta revista se hacía referencia los hechos olvidados de una manera consciente o inconsciente por la Historia y en esa alusión se mencionaba la Batalla de Getaria como uno de esos episodios que ha desaparecido de nuestro inconsciente colectivo, si alguna vez ha estado, y de nuestra historia impresa.

En este artículo se pretende realizar una pequeña aproximación a aquella jornada y a los hechos que en ella acontecieron. Hace unos años, con motivo de un ciclo de  charlas que se realizaron en Hondarribia sobre el sitio que en 1638 tuvo lugar en aquella ciudad, impartí una conferencia que, bajo el título de Hondarribia 1638: el bloqueo naval, pretendía desvelar el papel que jugó la flota del Arzobispo de Burdeos en aquel episodio bélico, una de las acciones más espectaculares de aquella armada y que llevaría no sólo a la perdida de la flota española del almirante Lope de Hoces, que acudía en  ayuda de los sitiados, sino también a la destrucción total del pueblo de Getaria. Este artículo pretende ser un pequeño resumen de la parte que concerniente a este tema contenía aquella disertación.

El cardenal Richelieu desde el inicio de su gobierno, había dado una gran importancia a la política marítima, llevando a cabo una activa campaña de construcción naval y de formación de la clase marinera. Esta empresa le permitirá encontrarse a principio de 1638 con una gran flota capaz de enfrentarse al poderío marítimo español.

El 17 de agosto[1] el Caballero de Montigny, que llevaba dos días con una escuadra de ocho navíos, dos pataches y dos brulotes haciendo la guarda entre San Sebastián e Higuer avista 14 galeones a la altura de Getaria enviando la fragata del barón de Marsay a avisar a Sourdis.

Se trataba de la armada de Lope de Hoces que había salido de La Coruña con orden de apoyar al Almirante de Castilla en la liberación de Hondarribia. Esta escuadra estaba compuesta por 17 barcos de gran porte, 12 galeones, la almiranta y vicealmiranta de entre 800 y 1000 toneladas y el resto de 600 a 700, dos navíos y tres fragatas de Dunkerque y transportaba 3000[2] soldados para reforzar el ejército de auxilio. En una carta enviada por Lope de Hoces, tras el desastre, al rey  afirmaba que los galeones de su flota estaban mal prevenidos por la desprevención y poco tiempo, y peor tripulados , con bisoños la mayor parte de los marineros, y el todo de la infantería, gente miserable y presos de Galicia por los obispos y frailes, pastores que guardaban ganado transformados de golpe en soldados, y enviarlos a pelear, y que aun de esta gente faltaban más de 550 plazas para la tripulación que les tocaba[3]

Sourdis reúne consejo e informa a sus capitanes que él personalmente zarpará con una escuadra de diez navíos de guerra más dos brulotes[4] e irá a reunirse con Montigny. En la bahía de Hondarribia permanecerá el resto de la flota, veinte navíos más una chalupa armada de cada uno de los barcos que habían partido bajo las ordenes del vicealmirante. Sourdis dará orden a Delaunay-Razilly (La Couronne) para que proteja el puerto y enviando copia de sus órdenes a Condé.  Éste no quería que el arzobispo dejara la guardia del canal bajo ningún pretexto, por ello Sourdis no espera la repuesta de Condé y decide zarpar.

Sourdis consideraba que el mantener toda la flota para guardar el canal era ridículo, pues creía que con unos pocos navíos y algunas chalupas armadas era suficiente, además consideraba que el lugar de fondeo era muy peligroso y que en cualquier momento podría perder la flota.

Así, a las once de la noche levantan anclas aprovechando el viento terral y se dirigen hacia Getaria, pero la calma les sorprende a la altura de Pasajes. A esto se le unirá una marejadilla del oeste que arrastrará la flota hacia la costa. El propio Arzobispo, viendo el peligro, embarcará en un patache para salvar la vida. La marejadilla arrastrará la flota hacia las costas de Bayona, donde se verán obligados a echar el ancla para capear el temporal. En estas circunstancias llega una carta de Montigny diciendo que tiene cercados a los galeones en Getaria, pero que no podrá aguantar mucho tiempo por ser inferior en fuerzas. El día 19 por la mañana, un viento terral permite zarpar hacia Getaria donde llegan este día. El día 20 y 21 la falta de viento impedirá cualquier tipo de operación naval. Mientras, Don Lope de Hoces decidió desembarcar la artillería y fortificarse en tierra y si el enemigo quisiese llevarse los navíos, abrasarlos primero para que no lograse el intento, supuesto que ni la desigualdad, ni lo que peor era, el viento, daba razón para defenderlos, ni perderlos peleando. Los franceses ven movimiento de caballería e infantería (milicias forales) en tierra y observan cómo construyen baterías.

El día 22 el fuego de esta baterías obliga a la escuadra francesa a retirase fuera de su radio de acción, la almiranta es alcanzada en un mástil y mata a dos marineros en cubierta. Hacia las diez de la mañana el viento empieza a soplar en dirección este-nord-este, creando la situación inmejorable para el ataque. Se preparan los brulotes y los barcos de apoyo y se dirigen hacia la escuadra española. Ésta, junto con las cinco baterías de tierra, abre fuego sobre la escuadra que se les venía encima. Eran las doce del mediodía, la batalla de Getaria había empezado. Uno de los brulotes alcanza a la vicealmiranta española. Poco después otros galeones son alcanzados. La escuadra francesa levanta anclas y se dirige hacia la española disparando a discreción.

El efecto de los brulotes es devastador. Casi todos los galeones españoles, son incendiados. Lope de Hoces da la orden de quemar aquellos que no habían sido alcanzado por el fuego enemigo para impedir que fueran apresados. La almiranta estaba protegida bajo las baterías del muelle de Getaria. Rodeado por algunas embarcaciones de su flota que le protegían del fuego enemigo, un brulote[5] fue dirigido hacia este grupo tratando de alcanzar la almiranta pero fue tocado en el timón y terminará abordando a uno de los barcos que la protegía.

Sin embargo, al poco tiempo una terrible explosión lanzaba la almiranta  española por los aires. No se sabe bien si a consecuencia del brulote francés o de los disparos de las baterías de tierra que disparaban por entre la escuadra de Hoces. La confusión, el desorden, era terrible. Nadie escucha las ordenes de nadie, todo el mundo trata de salvarse. Se lanzan al agua y tratan de alcanzar los botes de salvamento y algunas chalupas que habían enviado los de Zarautz, pero la angustia y la desesperación impedían que estos pudieran hacer su trabajo ya que todos trataban de ocupar un lugar en estas embarcaciones que, con el peso, se iban al fondo. Mientras esta escena espeluznante ocurría, reventaron los cañones que habían sido abandonados en la almiranta sin disparar y a esto se unió la explosión de algunos de ellos al alcanzar el fuego la santa bárbara de ese navío.

Una lluvia de fuego y hierro cayó sobre los restos de la escuadra, sobre aquellos que a nado intentaban alcanzar la costa y sobre aquellos que ya la habían alcanzado y se creían a salvo. Los propios franceses quedaron impresionados al ver la imagen dantesca de una Getaria arrasada por esta furia abrasadora,  y de los montes de los alrededores que padecieron un pavoroso incendio que se prolongó durante varios días. La batalla duró desde el mediodía hasta las seis de la tarde del 22 de agosto de 1638[6]. El número de bajas, como en todo conflicto, es variable, según los orígenes de la información. Las fuentes francesas hablan de desperfectos de poca consideración en algunos de sus navíos y apenas 30 o 40 muertos entre soldados y marineros[7]. En cuanto a la flota española  dan la cifra de entre 5.000 y 8.000 muertos. Las fuentes españolas hablarán de 1500.

Tras la batalla de Getaria, los franceses ven más cerca que nunca la toma de Hondarribia, Richelieu escribe al arzobispo Sourdis para felicitarle y le anima a acabar cuanto antes el sitio para que pueda poner proa a otros objetivos, señalándole el de La Coruña. El arzobispo se encuentra exultante, tras la victoria, el cardenal insiste a Sourdis en que anime a Condé, pues parece ser que se hallaba deprimido por el desarrollo que llevaba el sitio.

Y es que, en efecto, mientras el arzobispo se encontraba fuera, el día 20 de agosto, se hizo volar la mina del baluarte de La Magdalena, se preparó la tropa para el ataque y se intentó un desembarco en la estacada, pero al disiparse el humo de la explosión apareció tan sólo una pequeña brecha que no era practicable, fracasando así ese nuevo intento del tan esperado asalto general que nunca llega a  darse sobre Hondarribia.

Kote Guevara (Licenciado en Historia)


[1] Según algunas fuentes francesas la flota fue avistada el 16 a las 7 de la mañana por el navío L’Europe

[2] 1500 según  Carta de D. Lope para S.M. después que le quemaron la armada, fecha en Tolosa 14 de septiembre de 1638.  Memorial Histórico Español – Tomo XV (1862), p. 41.

[3] Carta de D. Lope para S. M. Memorial Histórico Español (op. cit.), p..45.

[4] Otras fuentes hablan de cinco brulotes. Consúltese SUE, E.: Correspóndace de Henri d´ Escoubleau de Sourdis. Impr. De Crapelet. Paris, 1839, p.17.

[5] SUE: Correspóndance … (op. cit), p.  43.  Este brulote fue gobernado por el capitan Desjardins de Brouage.

[6] Según Lope de Hoces de las nueve de la mañana a las cuatro de la tarde.- Carta de D. Lope para S.M.  Memorial Histórico Español. Tomo XV, p.48.

[7] Ducéré aumenta esta cifra hasta 300. Véase DUCÉRÉ, E.: “Recherches historiques sur le siége de Fontarabie”. Bulletin de la Société des Sciences & Arts de Bayonne, 1880, p. 59.

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