La Bitácora

La Bitácora de Pedro Morgan…. ¿De qué se trata esta vez?…

Hay, quizás, demasiadas cosas por explicar sobre esta página que desde el 3 de septiembre de 2010 navega en el mar electrónico. Sólo para empezar, las palabras que le dan título.

“Bitácora”, tal vez, será la menos misteriosa de ellas. Al fin y al cabo es la que, durante cierto tiempo, ha tratado de reemplazar entre los internautas hispanoparlantes a la que, como suele ser habitual, nos van imponiendo los anglosajones: “blog” o, para ser más exactos, “log”.

Sin embargo, por debajo de esa aparente familiaridad, hay mucho desconocimiento del verdadero significado de una y otra palabra, de “log” y de bitácora.

Tanto una como otra han sido tomadas del campo de trabajo de los que escribimos esta página, es decir, del de los historiadores profesionales. Ambas se refieren a los cuadernos en los que los navegantes de los siglos XVI, XVII, XVIII… llevaban cuenta de todo lo que ocurría en unos viajes por mar de los que hoy apenas tenemos noción. Es por eso por lo que la hemos elegido como título de nuestra página.

Porque queremos que hechos y palabras del pasado, como “bitácora”, no pierdan su verdadero significado, porque somos historiadores que viven de ese campo de investigación científica y deseamos reivindicar esa labor frente a esos olvidos que vacían de significado las palabras y de sentido común nuestras mentes y dan pábulo a un intrusismo invasor de ese terreno -muy bien apadrinado por la gran industria cultural por cierto-, que en otros campos de la Ciencia, como la Medicina o la Física, no se toleraría ni por un momento.

Lo mismo ocurre con la segunda parte de nuestra cabecera. Pedro Morgan. Según esos intrusos, que de día en día han ido robando cada vez más espacio a los historiadores profesionales -con la incalificable ayuda, o silencio culpable, de parte importante del mundo académico- sería un personaje histórico que jamás existió. Tuvo, en efecto, la “mala suerte” de vivir en el reinado de Carlos II de Austria, ser comerciante establecido en el puerto de San Sebastián, en Guipúzcoa y, por si todo eso fuera poco para hacerlo inverosímil a los ojos del público actual, era de origen inglés… Algo materialmente imposible según la “vulgata” que habitualmente se nos ha venido endosando desde las columnas periodísticas, desde el cine, desde la mal llamada “novela histórica” y, sí, también desde bastantes libros de Historia salidos del mundo académico, algunos de cuyos integrantes, evidentemente, no han superado el trauma de haberse formado a la sombra de la “Enciclopedia Álvarez” y otros tétricos mamotretos de la escuela Nacionalcatólica franquista, cuyas enseñanzas parecen haber seguido aplicando desde el año 1978 a todo lo que escriben o dictan sin tomarse la molestia de pensárselo dos veces.

Según esa versión de los hechos, el reinado de Carlos II fue de absoluta “decadencia”. España -el mayor imperio mundial en esos momentos, dueño incontestado de las mejores minas de plata del planeta y, por tanto, de la Economía mundial-, estaría sumida en un aislamiento internacional que habría empezado ya en el reinado de Felipe II. La Inquisición, al parecer institución única y exclusiva de ese superestado que abarcaba dos hemisferios, vigilaba detrás de cada esquina, creando una pesada telaraña social en la que el pensamiento científico y las relaciones con los países supuestamente “avanzados” de Europa -fundamentalmente Francia y Gran Bretaña, adalides ya en esa época, según parece, de la democracia y el libre pensamiento a pesar de contar con sus respectivas inquisiciones-, eran imposibles además de inexistentes…

Podríamos seguir así páginas y páginas, negando realidades históricas tales como que la Gran Bretaña de la época estaba, en realidad, enteramente sometida a la plata y a los dictados de España, como incluso lo reconocieron en su día historiadores chauvinistas de la talla de Lord Macaulay, o lo demuestra claramente el llamado “Asunto de Darien”. O que los planes de hegemonía francesa sobre Europa diseñados por Luis XIV, se estrellaron estrepitosamente contra las redes comerciales y militares de esa supuestamente decadente “España” de Carlos II, controladas, entre otros lugares, desde Lima y por personajes, según esa Historia vulgar que nos ha dominado durante décadas, tan inexistentes como Pedro Morgan. Caso, sin ir más lejos, de Andrés de Madariaga y Amatiano…

Se trata de un discurso al que, evidentemente, no podemos plegarnos. Como científicos que somos y por una mera y sencilla razón de supervivencia personal: en un panorama dominado por semejantes teorías los historiadores profesionales estamos, para empezar, de sobra…

Es para salir de ese ostracismo forzado además de socialmente insano, por el que nace el 3 de septiembre de 2010 La Bitácora de Pedro Morgan y por el que a partir de enero de 2011 inicia su andadura su hermana mayor. Es decir, la revista anual Los papeles de Pedro Morgan.

Tanto en una como en otra se va a rebatir, siempre, de manera combativa, en la mejor tradición de Lucien Febvre, todos los ataques y erosiones que se inflingan a nuestro campo de trabajo. Publicaremos así artículos de opinión sobre esos temas en los que trataremos de dejar claro, en un lenguaje sencillo pero solvente, los verdaderos hechos históricos extraídos de una labor científica digna de tal nombre y no de egos desmesurados que creen saberlo todo sobre un campo en el que ni siquiera están especializados, o, peor aún, que tratan, sencillamente, de lavar cerebros con fines muy poco claros. Junto a ellos, también habrá artículos científicos que pondrán de manifiesto aspectos desconocidos de nuestra Historia. Estos aparecerán en La Bitácora a lo largo de cada año, o bien en la edición anual de Los papeles de Pedro Morgan.

Dicho todo esto, y por seguir reivindicando nuestro papel de científicos, que para eso estamos aquí, sólo se puede añadir, como Galileo, que el movimiento se demuestra andando.

En este caso con todos los artículos, desde el primero al último, publicados tanto en La Bitácora como en Los papeles de Pedro Morgan, aquel comerciante inglés afincado en San Sebastián que, después de trescientos años de olvido, vuelve a abrir las páginas de sus libros de cuentas y las bitácoras de los capitanes de navío que hicieron de él un hombre rico, en los años 1670, 1680, 1690, durante el esplendoroso reinado de Carlos II de Austria…

El comité de redacción de La Bitácora de Pedro Morgan

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